lunes, 10 de noviembre de 2008

Pero esta vez no puede darme lo que no tiene

Durante dos días interminables esperé, en vano, un mensaje, una llamada, una señal de vida.
Había tenido mi primera experiencia lesbica y estaba expectante, encrucijada. No sabia para donde correr y mi única salvación había decidido desaparecer, sin razón aparente.
Nunca fui muy amiga de las paginas entupidas en donde la gente pone fotos personales posando con cara de emo y escribiendo sin vocales, sin mayúsculas, sin puntos y hasta sin coherencia. Pero esa pagina, esa bizarra pagina, fue lo único que me dio una respuesta.
Encontré una foto hermosa. Hermosa y dedicada. Abajo, una firma de esa dichosa mujer, destinataria de aquellas palabras.
Habían vuelto a compartir sus vidas, y como si eso no fuera suficiente para destruir mi corazón y mi cabeza, estaban planeando un viaje juntas para ese mismo día.
El cielo que había llegado a alcanzar dos noches atrás se había caído sobre mí, clavando sus pedazos en signos vitales.
Somatizar era una palabra insuficiente para describir el dolor físico que aquella infernal noticia producía en mí.
Sentía como la piel me quemaba. Mis ojos querían saltar juntos con las lágrimas que inundaban mis mejillas, y de tanta fuerza en la corriente, llegaban hasta mis pechos y les hacían sentir mi tristeza. Mi estomago era un festín de orquesta de barrio, con ruidos y movimientos extraños.
Mis deseos incontrolables de hacerle conocer mi malestar a aquella despiadada mujer, le ganaron al sentido común y mis dedos comenzaron a escribir un mensaje de texto: “con haber dicho Chau bastaba, no era necesario construir un mundo en mi cabeza para desaparecer de el en un instante”.
Tirada en la cama, apague el celular y espere a que el sueño me arrebate el último suspiro de adolescente con el corazón roto.